viernes, 27 de septiembre de 2019

La locura de la lectura 4. El tenis el aprendizaje de la abogacía




La locura de la lectura.
4.  El tenis y el aprendizaje de la abogacía.



Es hora de trabajar en serio sobre la cuestión del mejor modo de llegar a ser un buen profesionista; por ejemplo, un buen abogado.  Eso me lleva a una digresión sobre mi entrenamiento para aprender a jugar tenis.  

Desde un principio advertí que esto iba a ser un desorden shandinista*.  Si se aburren, pueden usar su tiempo en lo que les parezca más útil o entretenido.

Mi aprendizaje y entrenamiento para jugar tenis de competencia fue una gran experiencia de vida, tanta que no puedo dejar de contarla.  Lo intentaré, aunque es difícil transmitir la experiencia.

Nací con la afición a los deportes; practiqué todos los que se ponían de moda.  Tendría unos doce años cuando descubrí el tenis.  Mas o menos al mes de haber comenzado a jugarlo en el Club Deportivo Veracruzano, un domingo, llegaron a jugar dobles el Gobernador del Estado, Marco Antonio Muñoz y el campeón nacional de tenis, Gustavo Palafox; dos tenistas del club completaron el cuarto de dobles.

Ver jugar a Gustavo fue para mí un acontecimiento.  Era todo elegancia, precisión y eficacia; pensé que nada me gustaría tanto como jugar como él.  Gustavo  enseñó a jugar a Toño Palafox.  Luego, cuando el tenis se profesionalizó y la TV lo popularizó, Toño fue un famoso jugador, entrenador y coach de figuras mundiales (John McEnroe).

Al día siguiente me sorprendió ver a Gustavo en el club; escogió, para entrenarnos, a los chavos que más o menos tenían cualidades.  Entonces yo jugaba con la técnica y el estilo del sartenazo, sin embargo tuve la suerte de ser uno de los elegidos; me citó para una primera sesión. 

Llegué muy ufano decidido a comerme la cancha.  Pero los planes de Gustavo eran otros; me tuvo una hora haciendo ejercicios de sombra con la raqueta, fuera de la cancha y sin pelota.  Era muy paciente y didáctico, me explicó que primero tenía que adquirir las formas básicas.

Me aguanté; aguantarse es un hábito valioso.  Mas o menos en la quinta sesión nos metimos a la cancha.  Traía una canasta llena de pelotas y me las echaba con la mano, de mamoncito les decíamos entonces, para que las contestara; él las dejaba pasar.  Cada golpe me corregía.  Cuando le pegaba fuerte me llamaba la atención: ‘—despacio y que la pelota caiga dentro de la cancha; la velocidad llegará después".

Unos días después se pasó del otro lado de la cancha y, desde la red, me voleaba  pelotas, que yo contestaba conforme a sus instrucciones. Él las dejaba pasar y me mandaba una tras otra.  Días adelante se fue el fondo de la cancha y comenzó a contestarme.  Con infinita paciencia me corregía y, de nuevo, cuando yo le pegaba fuerte me llamaba la atención: lo que importa es que caiga adentro.  La velocidad y fuerza vendrán después.  

No tenía más de un mes cuando todo esto mostró resultados.  Le pegaba a la pelota con un ritmo, una fuerza y una velocidad inimaginable.  Además, con cierta elegancia.  Muchos años después, ya abogado y como un simple aficionado, perdí en la final un torneo en un club en los EE.UU.  Pero en la premiación chusca me gané un premio: All style, no stamina  (mucho estilo, poca energía).  Hasta la fecha lo considero como broma; no me faltó energía, mi contrario jugaba feo, pero era mejor. 

Cuando comencé a estudiar derecho, consideré ese aprendizaje y práctica como la adquisición de la teoría general del tenis; haría lo mismo en la escuela.  Al inicio de los estudios no se pueden llevar defensas, dar opiniones ni actuar como abogado; primero se deben adquirir las bases del derecho hasta que formen parte de uno mismo; después se puede pegar fuerte y bien.  Nadie que sólo se haya preparado treinta días puede ganar un maratón.  Como nadie que no haya adquirido sólidamente los fundamentos de su profesión, puede ser un especialista.  Para ser un especialista, antes hay que formarse como un generalista. 

Encontré que los estudios básicos de introducción al derecho, fundamentos de derecho civil y derecho romano eran básicos; muchos de mis compañeros, por lo contrario, los desdeñaban y detestaban.  Para mí, fueron similares a los ejercicios iniciales de Gustavo.  Recuerdo muy bien mi decisión de guiarme por sus prácticas.  Ha sido una doctrina de vida; Sócrates lo predicaba: ‘lo bello es difícil’.

Regreso al tenis y a Gustavo.  Pasado cierto tiempo nos llevó a jugar un torneo fuera de Veracruz, a Orizaba.  Entré a la cancha y lo único que no me temblaba era la suela de los zapatos.  En la transición de cancha al terminar el primer punto, Gustavo me preguntó: ‘—¿Estás bien entrenado y sabes como pegarle a la pelota?.  Le contesté que sí; me replicó: —¿Entonces, de qué tienes miedo?  Olvídate de todo, de las reglas. y simplemente entra a la cancha pégale a la pelota y juega sin temor.’

Pocos consejos he recibido de ese calibre en mi vida.  Años más tarde leí como Azorin, literato español decía que había que aprenderse las reglas de la gramática y luego olvidarlas.

Gustavo me dio buenas razones para preferir la abogacía al tenis.  En aquellos años el tenis profesional era una élite; los profesionales eran unos diez o quince en el mundo.  El resto, como Gustavo, vivía precariamente mientras tenía facultades (estaba en sus veintes).  Gustavo me dijo que lamentaba haber dejado la carrera de química para ser campeón nacional.**

Mi padre tuvo razones más convincentes: ‘—Si quieres estudiar para abogado, yo pago todo.  Si quieres ser tenista, te las arreglas como puedas.'  Dejé de jugar tenis durante 14 años.

Pero me quedó la experiencia.  ¿Que aprendí?  Humildad (no demasiada), disciplina, esfuerzo, paciencia, seguridad. 

Lo recuerdo claramente; si me preparaba bien, si llegaba al examen final bien estudiado, nada tenía que temer.  Con la petulancia de la juventud, antes de entrar al examen, mientras todos estaban repasando sus notas y libros, yo llegaba leyendo el Selecciones del Readers o cualquier otra bobería; en los momentos previos al encuentro, lo aconsejado es relajarse.  Los estudios de último momento sólo aumentan el estrés.  Mis compañeros me comentaban que era una imprudencia; les contestaba que ya me sabía todas las respuestas; claro que me refería a las razonablemente previsibles en el examen. 

Tengo un serio déficit de atención y doy gracias a Dios que en mis tiempos los psicólogos no habían descubierto los síndromes con los que ahora califican a los párvulos. Disfrutaba las clases: mientras mis profesores hablaban yo andaba en viajes imaginarios por lugares fabulosos o metiendo goles increíbles como extremo derecho de los Tiburones Rojos (los de entonces).  Un psiquiatra amigo mío me dijo que tenía ‘inatención selectiva’, pero que no me convenía comentarlo, porque podría ofender a más de uno.  Tamañas deficiencias las contrarresto con mi afición a la lectura; mis hermanas decían:  ‘—Cuando Chemo (yo) quiere hacer o aprender algo, lee un libro.”

Cuando mis hijos estaban en la escuela, nos llamaban para comentarnos que nuestros hijos se distraían, eran rebeldes y otras cosas; que teníamos que hacer algo.  No lo discutía; le daba gracias a Dios por mis hijos rebeldes e independientes y no hacía nada.  Luego, como abuelo, mis hijos me comentan que reciben las mismas quejas y, que ahora las escuelas les recomiendan o imponen terapias.  Es una tonta estrategia peligrosa; arriesga frustrar la creatividad y la libertad.

Las terapias y tratamientos son buenos para situaciones muy especiales.  No para convertir la educación en una fábrica de borregos.

Consciente de mi forma de ser, al principio de curso le pedía a mis profesores que me indicaran el libro, o libros, que debía estudiar.  Me aplicaba todos los días a estudiarlo, divagaba en clase y, el día del examen, me sabía las respuestas a todas las preguntas.

Así aprenden los grandes pianistas y otros artistas, los artesanos, la tradición Zen y muchos más.  Sólo los genios se exceptúan.

Así que paciencia y barajar.

Paciencia y barajar es una vieja expresión española; jugar con los naipes, en solitario, esperando.  Algo así como un resignado suspiro. 

En el capítulo XXIII de la parte segunda de Don Quijote se cuenta el sueño del Caballero de la Triste Figura cuando visitó la cueva de Montesinos.  Montesinos lo presentó a su primo Durandarte y le dice que vino a desencantarlos, después de que yacían hacía quinientos años.  A continuación el diálogo entre Montesinos y Durandarte:

Unas nuevas os quiero dar ahora, las cuales, ya que no sirvan de alivio a vuestro dolor, no os le aumentarán en ninguna manera. Sabed que tenéis aquí en vuestra presencia, y abrid los ojos y veréislo, aquel gran caballero de quien tantas cosas tiene profetizadas el sabio Merlín, aquel don Quijote de la Mancha, digo, que de nuevo y con mayores ventajas que en los pasados siglos ha resucitado en los presentes la ya olvidada andante caballería, por cuyo medio y favor podría ser que nosotros fuésemos desencantados, que las grandes hazañas para los grandes hombres están guardadas».  «Y cuando así no sea —respondió el lastimado Durandarte con voz desmayada y baja—, cuando así no sea, ¡oh primo!, digo, paciencia y barajar.» Y volviéndose de lado tornó a su acostumbrado silencio, sin hablar más palabra.

Es una delicia leer y releer El Quijote.  




* Se puede ver en: https://bit.ly/2m10g6H

**Cuando la edad retiró a Gustavo no la pasaba bien.  Pero muy pronto la televisión popularizó el tenis y desapareció la separación de profesionales y amateurs.  Gustavo fue contratado como entrenador (couch) profesional en Arkansas.  Llegó a ser clasificado como el profesor número 1 en los EE.UU. y siguió su vida de éxitos.










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