jueves, 28 de mayo de 2020

Ser un abogado como Roberto L. Mantilla Molina


Ser un abogado como Roberto L. Mantilla Molina.

Si se escribiera una historia de la abogacía en México, Roberto L. Mantilla Molina, tendría un lugar excepcional.  Pero no en una historia que incluyera a los abogados que brillaron de modo principal en actividades políticas y similares; sí en una que se ocupara de los abogados que, en la oscuridad de la práctica profesional, como buenos juristas sirvieron a sus clientes en la solución de sus problemas.  No es que Mantilla Molina no hubiera tenido cargos públicos, los tuvo y muy importantes; pero ninguno de ellos refleja la gran calidad de jurista y su humanismo.  Fue, y sigue siendo, mi gran maestro.

Mantilla Molina fue un abogado excepcional.  Era lugar común identificarlo como un brillante académico especialista en derecho mercantil.  Pero esa es una imagen limitada que impedía ver al verdadero jurista. Siendo destacado académico, se desempeñó también como abogado, de modo principal, en el litigio de derecho privado, con preferencia el mercantil y en derecho de seguros, donde se le reconoció gran autoridad.

Enseñaba con el ejemplo.

Sostenía que el abogado se hacía estudiando. Recuerdo, cuando comencé a trabajar como su pasante sin ninguna experiencia, lo primero que hizo fue encomendarme la redacción de un amparo.  Como no tenía idea de cómo hacerlo, le pedí ayuda.  Me respondió: estudia y me recomendó un libro; no le saqué otra palabra.  Sucedió varias veces, hasta que aprendí la lección: antes de preguntarle debía investigar.  Entonces encontré a un maestro maravilloso; cuándo le planteaba una cuestión diciéndole: en el caso X, vi los antecedentes y pruebas y tengo dudas por las razones A, B, C, la jurisprudencia y los autores dicen X, Y y Z, entonces teníamos materia para platicar horas.  

Ese estudia que exigía de sus discípulos, lo observaba rigurosamente.  Recuerdo un caso en el que había indicios de que el asegurado se había suicidado; empecé a ver en su escritorio libros de toxicología.  Luego me lo encontré discutiendo con el médico interno de la aseguradora y me di cuenta de que Roberto podía envenenar al médico y no viceversa.  Otra vez comenzó la plática telefónica con un fiscalista reconociendo que él no era especialista en derecho fiscal; luego le dio todo un paseo de derecho fiscal.  Siempre investigó antes de consultar, y nunca dejó de discutir las cuestiones, prácticas o teóricas, que se le presentaban u ocurrían, sometiéndolas a rígido escrutinio antes de adoptar una opinión.

Años después, como profesor, le copié el consejo.  Cuando algún estudiante me pedía ayuda para hacer alguna tarea que le habían encomendado en su despacho, le preguntaba al alumno si estaba estudiando para abogado o para cliente; y lo mandaba a estudiar.

Según Mantilla Molina no se podía ser especialista sin tener una sólida preparación general.  Dominaba con maestría la teoría general del derecho, el derecho civil, especialmente el de obligaciones y contratos, el procesal, el constitucional, la filosofía e historia del derecho y el derecho comparado.  Willen Vis, el admirado gran gurú del derecho comercial internacional del siglo XX, me comentó en una ocasión que, simplemente, Mantilla Molina era el mejor de todos.

Para Mantilla Molina los conocimientos eran uno de los activos más valiosos de un abogado.  Decía que los abogados blufistas, corruptos o chicaneros lo eran por ignorancia, ya que desprovistos de conocimientos, no sabían defender sus casos con la ley y la razón.

Un ejemplo difícil de seguir