La locura de la lectura.



La locura de la lectura. Licenciatura y posgrado para todos.

1. El shandinismo o el arte de la digresión


Jóvenes, nietos, padres preocupados y toda una caterva de interesados con frecuencia me preguntan ¿cual es la mejor escuela en donde estudiar para ser abogado?, ¿cual es el mejor lugar para hacer estudios de posgrado, tales como maestrías, doctorados, diplomados, especializaciones y toda esas ofertas de las instituciones y que, sospechosamente, muchos presumen tener?, ¿qué o en dónde estudio para especializarme en derecho mercantil, o en arbitraje, etcétera?, ¿qué me sugieres para continuar mi educación legal continúa?:

Mi respuesta habitual es que lean todos los días las grandes y las no tan grandes obras de la literatura.  Esa respuesta exige siempre explicaciones, y referencia de obras.  Aunque, también, hago recomendaciones específicas relativas a los estudios de la abogacía;  pero eso lo veré después.  Mis consejos no suelen corresponder a las expectativas de los preguntadores.  Salvo excepciones, toman la ruta habitual de los consejos, les entran por una oreja y les salen por la otra.  

Decidí tener a la mano una receta que ayudara a entenderme y a sembrar la idea.  Así, por escrito, a lo mejor pudieran quedar mejor sembrados mis consejos.

Comencé a pensar en estas notas con la idea de hacer una lista de lecturas literarias recomendables  para los abogados; incluiría, ademas, algunas consideraciones y consejos sobre la lectura. Como es costumbre, de inmediato el manantial de ideas se desbordó; ideas desordenadas que comencé a poner por escrito.  Fatalmente este fenómeno ha sido la ruina de la mayoría de mis proyectos, el atasco de ideas suspende la ejecución y se quedan como las obras gubernamentales: iniciadas, inauguradas y abandonadas; sin terminar ni funcionar.

Rápidamente concluí que estas notas podrían ser útiles no sólo para la abogacía, sino, también,  para otras vocaciones: médicos, ingenieros, comerciantes, políticos, empleados, desempleados; los que viven abrumados por la falsa culpa de no haber estudiado.  En resumen, para cualquier ser humano.  

El sistema que propongo, no tiene requisitos previos; no se necesitan estudios o grados, salvo el de saber leer.  No hay pruebas o catalogaciones previas, exámenes de admisión, certificaciones ni promedios de calificaciones mínimos.  No hay que pagar inscripciones, colegiaturas, ni hacer donaciones.  Salvo el costo de los libros y, para algunos, de los lentes.

No siempre los que brillan en la escuela brillan en la vida, ni los que fracasan en la escuela terminan siendo un desastre.  Nos tocaron tiempos de grandes cambios a los que nos necesitamos adaptar; vivimos reespecializándonos. 

 Todo esto me recuerda a Walt Whitman que escribió: «Algunos de los hombres más sabios y más alabados, cuyos nombres adornan las páginas de la historia, se autoeducaron tiempo después de pasada la juventud».*  

Los requisitos son el interés, la curiosidad, la disciplina, los buenos hábitos y una razonablemente buena selección de lecturas.  

El resultado garantizado es una educación superior a la que ofrecen, y no siempre consiguen, las grandes universidades del mundo. 

Esa disciplina y constancia tiene ventajas adicionales.  Por ejemplo, cura el vicio de la procrastinación exagerada, que nos impide vivir plenamente.  También es el mejor antídoto contra la adicción malsana al internet, a los videos, a los medios sociales, a la compulsión de revisar a toda hora noticias, comentarios, a contestar de rebote, sin reflexión, los mensajes que recibimos. Todas esas inactividades gastan sin provecho nuestro tiempo y energía; son obstáculos a la vida sana y alegre.

Para evitar que mi proyecto fracase, usaré el que llamaré método Shandy o shandinismo.  Como de costumbre, la literatura me lo sugirió.  Se trata de seguir el método desordenado de Montaigne en sus Ensayos (Esayes) y de Lawrence Sterne en su deliciosa, divertida, magnífica e interminable novela La vida y opiniones del caballero Tristam Shandy (The Life and Opinions of Tristam Shandy, Gentleman).  Además de Montaigne, Sterne siguió en esto a a Rabelais en su saga de Gargantúa y Pantagruel, también se inspiró en Don Quijote, obra que confiesa admirar. Todas estas, obras sabias, interesantes y desordenadas a mas no poder.  No se cuándo, pero ya volveré sobre esto. 

Respecto de Tristam Shandy, en la página de Amazon alguien comentó que «es un libro extraordinario para un muy particular lector».

El método Shandy básicamente consiste en interrumpir en cualquier momento, con todo descaro, completa desvergüenza e irresponsabilidad, el hilo del discurso; es el abuso de la digresión. Dejar pendiente la cuestión que se está tratando y tomar otro camino o tema, con la idea de retomarlo en el futuro, ¿cuándo?  Nadie lo sabe ni, mucho menos, lo asegura.  Es como una buena conversación, se trata de todo sin ningún orden y todos salimos contentos e ilustrados.

El shandinismo no es del gusto de la gente que se toma muy en serio o que es muy metódica. El shandinismo tiene indudables virtudes, la principal es que deja correr libremente la imaginación y permite considerar muchas cuestiones que nos preocupan, sobre las que nunca tenemos tiempo de reflexionar.  

Ya lo dije arriba; guiarme por el académico rigor del método y la estructura ha sido la causa que me ha impedido terminar muchos proyectos.  Me suelo detener la encrucijada acerca de los temas relacionados que debo tratar, en qué orden y con qué profundidad; ¿hacia dónde sigo?, ¿a la derecha o a la izquierda?, ¿hacia arriba o hacia abajo?, ¿qué tengo que investigar y en donde?. Me paraliza la indecisión y todo queda en una obra gubernamental.   El shandinismo, me permitirá seguir el rumbo que se me pegue la gana y llegar a no se dónde.

Oigamos a Shandy y su buen humor: 

«Las digresiones son, sin duda alguna, como el resplandor del sol;—son la vida , el alma de la lectura.»

 «desde el mismo comienzo de esta obra… he construido su núcleo principal y sus partes adventicias con tales intersecciones, y he complicado y retorcido de tal manera los movimientos digresivo y progresivo, una rueda enganchada a la otra, que lo que he logrado ha sido impedir que funcionara toda la máquina en general; —y, lo que es más, seguiré impidiendo que funcione durante los primeros cuarenta años, si es que la fuente de la salud se complace en bendecirme durante tanto tiempo con vida y con buen humor».**

Ruego a Dios que no me caigan ocupaciones importantes e imprescindibles.  Son como arpías al acecho: cada vez que encuentro una tarea atractiva o entretenida, me caen como maldiciones.  Alternativamente, que me dé fuerzas para resistirlas.

*Editorial del Eagle de 17 de diciembre de 1846, citado en Hojas de Hierba, Austral.

** Volumen I, capítulo veintidós, Cátedra.  Traducción de Javier Marías.

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