La locura de la lectura.
4. El tenis y el aprendizaje de la abogacía.
Es hora de
trabajar en serio sobre la cuestión del mejor modo de llegar a ser un buen
profesionista; por ejemplo, un buen abogado. Eso me lleva a una digresión
sobre mi entrenamiento para aprender a jugar tenis.
Desde un
principio advertí que esto iba a ser un desorden shandinista*. Si se
aburren, pueden usar su tiempo en lo que les parezca más útil o entretenido.
Mi aprendizaje
y entrenamiento para jugar tenis de competencia fue una gran experiencia de
vida, tanta que no puedo dejar de contarla. Lo intentaré, aunque es
difícil transmitir la experiencia.
Nací con la
afición a los deportes; practiqué todos los que se ponían de moda.
Tendría unos doce años cuando descubrí el tenis. Mas o menos al mes
de haber comenzado a jugarlo en el Club Deportivo Veracruzano, un domingo,
llegaron a jugar dobles el Gobernador del Estado, Marco Antonio Muñoz y el
campeón nacional de tenis, Gustavo Palafox; dos tenistas del club completaron
el cuarto de dobles.
Ver jugar a
Gustavo fue para mí un acontecimiento. Era todo elegancia, precisión y
eficacia; pensé que nada me gustaría tanto como jugar como él. Gustavo
enseñó a jugar a Toño Palafox. Luego, cuando el tenis se
profesionalizó y la TV lo popularizó, Toño fue un famoso jugador, entrenador y coach
de figuras mundiales (John McEnroe).
Al día
siguiente me sorprendió ver a Gustavo en el club; escogió, para entrenarnos, a
los chavos que más o menos tenían cualidades. Entonces yo jugaba con la
técnica y el estilo del sartenazo, sin embargo tuve la suerte de ser uno de los
elegidos; me citó para una primera sesión.
Llegué muy
ufano decidido a comerme la cancha. Pero los planes de Gustavo eran
otros; me tuvo una hora haciendo ejercicios de sombra con la raqueta, fuera de
la cancha y sin pelota. Era muy paciente y didáctico, me explicó que
primero tenía que adquirir las formas básicas.
Me aguanté;
aguantarse es un hábito valioso. Mas o menos en la quinta sesión nos
metimos a la cancha. Traía una canasta llena de pelotas y me las echaba
con la mano, de mamoncito les decíamos entonces, para que las contestara; él
las dejaba pasar. Cada golpe me corregía. Cuando le pegaba fuerte
me llamaba la atención: ‘—despacio y que la pelota caiga dentro de la
cancha; la velocidad llegará después".
Unos días
después se pasó del otro lado de la cancha y, desde la red, me voleaba
pelotas, que yo contestaba conforme a sus instrucciones. Él las dejaba
pasar y me mandaba una tras otra. Días adelante se fue el fondo de la
cancha y comenzó a contestarme. Con infinita paciencia me corregía y, de
nuevo, cuando yo le pegaba fuerte me llamaba la atención: lo que importa es
que caiga adentro. La velocidad y fuerza vendrán después.
No tenía más
de un mes cuando todo esto mostró resultados. Le pegaba a la pelota con
un ritmo, una fuerza y una velocidad inimaginable. Además, con cierta
elegancia. Muchos años después, ya abogado y como un simple aficionado,
perdí en la final un torneo en un club en los EE.UU. Pero en la
premiación chusca me gané un premio: All style, no stamina (mucho
estilo, poca energía). Hasta la fecha lo considero como broma; no me
faltó energía, mi contrario jugaba feo, pero era mejor.
Cuando comencé
a estudiar derecho, consideré ese aprendizaje y práctica como la adquisición de
la teoría general del tenis; haría lo mismo en la escuela. Al inicio de
los estudios no se pueden llevar defensas, dar opiniones ni actuar como
abogado; primero se deben adquirir las bases del derecho hasta que formen parte
de uno mismo; después se puede pegar fuerte y bien. Nadie que sólo se
haya preparado treinta días puede ganar un maratón. Como nadie que no
haya adquirido sólidamente los fundamentos de su profesión, puede ser un
especialista. Para ser un especialista, antes hay que formarse como un
generalista.
Encontré que
los estudios básicos de introducción al derecho, fundamentos de derecho civil y
derecho romano eran básicos; muchos de mis compañeros, por lo contrario, los
desdeñaban y detestaban. Para mí, fueron similares a los ejercicios
iniciales de Gustavo. Recuerdo muy bien mi decisión de guiarme por sus
prácticas. Ha sido una doctrina de vida; Sócrates lo predicaba: ‘lo bello
es difícil’.
Regreso al tenis
y a Gustavo. Pasado cierto tiempo nos llevó a jugar un torneo fuera de
Veracruz, a Orizaba. Entré a la cancha y lo único que no me temblaba era
la suela de los zapatos. En la transición de cancha al terminar el primer
punto, Gustavo me preguntó: ‘—¿Estás bien entrenado y sabes como pegarle a
la pelota?. Le contesté que sí; me replicó: —¿Entonces, de qué
tienes miedo? Olvídate de todo, de las reglas. y simplemente entra a la
cancha pégale a la pelota y juega sin temor.’
Pocos consejos
he recibido de ese calibre en mi vida. Años más tarde leí como Azorin,
literato español decía que había que aprenderse las reglas de la gramática y
luego olvidarlas.
Gustavo me dio
buenas razones para preferir la abogacía al tenis. En aquellos años el
tenis profesional era una élite; los profesionales eran unos diez o quince en
el mundo. El resto, como Gustavo, vivía precariamente mientras tenía
facultades (estaba en sus veintes). Gustavo me dijo que lamentaba haber
dejado la carrera de química para ser campeón nacional.**
Mi padre tuvo
razones más convincentes: ‘—Si quieres estudiar para abogado, yo pago todo.
Si quieres ser tenista, te las arreglas como puedas.' Dejé de
jugar tenis durante 14 años.
Pero me quedó
la experiencia. ¿Que aprendí? Humildad (no demasiada), disciplina,
esfuerzo, paciencia, seguridad.
Lo recuerdo
claramente; si me preparaba bien, si llegaba al examen final bien estudiado,
nada tenía que temer. Con la petulancia de la juventud, antes de entrar
al examen, mientras todos estaban repasando sus notas y libros, yo llegaba
leyendo el Selecciones del Readers o cualquier otra bobería; en los
momentos previos al encuentro, lo aconsejado es relajarse. Los estudios
de último momento sólo aumentan el estrés. Mis compañeros me comentaban
que era una imprudencia; les contestaba que ya me sabía todas las respuestas;
claro que me refería a las razonablemente previsibles en el examen.
Tengo un serio
déficit de atención y doy gracias a Dios que en mis tiempos los psicólogos no
habían descubierto los síndromes con los que ahora califican a los párvulos.
Disfrutaba las clases: mientras mis profesores hablaban yo andaba en viajes
imaginarios por lugares fabulosos o metiendo goles increíbles como extremo
derecho de los Tiburones Rojos (los de entonces). Un psiquiatra amigo mío
me dijo que tenía ‘inatención selectiva’, pero que no me convenía comentarlo,
porque podría ofender a más de uno. Tamañas deficiencias las contrarresto
con mi afición a la lectura; mis hermanas decían: ‘—Cuando Chemo (yo)
quiere hacer o aprender algo, lee un libro.”
Cuando mis
hijos estaban en la escuela, nos llamaban para comentarnos que nuestros hijos
se distraían, eran rebeldes y otras cosas; que teníamos que hacer algo.
No lo discutía; le daba gracias a Dios por mis hijos rebeldes e
independientes y no hacía nada. Luego, como abuelo, mis hijos me
comentan que reciben las mismas quejas y, que ahora las escuelas les
recomiendan o imponen terapias. Es una tonta estrategia peligrosa;
arriesga frustrar la creatividad y la libertad.
Las terapias y
tratamientos son buenos para situaciones muy especiales. No para
convertir la educación en una fábrica de borregos.
Consciente de
mi forma de ser, al principio de curso le pedía a mis profesores que me
indicaran el libro, o libros, que debía estudiar. Me aplicaba todos los
días a estudiarlo, divagaba en clase y, el día del examen, me sabía las
respuestas a todas las preguntas.
Así aprenden
los grandes pianistas y otros artistas, los artesanos, la tradición Zen y
muchos más. Sólo los genios se exceptúan.
Así que
paciencia y barajar.
Paciencia y
barajar es una vieja expresión española; jugar con los naipes, en solitario,
esperando. Algo así como un resignado suspiro.
En el capítulo
XXIII de la parte segunda de Don Quijote se cuenta el sueño del
Caballero de la Triste Figura cuando visitó la cueva de
Montesinos. Montesinos lo presentó a su primo Durandarte y le dice
que vino a desencantarlos, después de que yacían hacía quinientos
años. A continuación el diálogo entre Montesinos y Durandarte:
Unas nuevas os quiero dar ahora, las cuales, ya que no sirvan de alivio a
vuestro dolor, no os le aumentarán en ninguna manera. Sabed que tenéis aquí en
vuestra presencia, y abrid los ojos y veréislo, aquel gran caballero de quien
tantas cosas tiene profetizadas el sabio Merlín, aquel don Quijote de la
Mancha, digo, que de nuevo y con mayores ventajas que en los pasados siglos ha
resucitado en los presentes la ya olvidada andante caballería, por cuyo medio y
favor podría ser que nosotros fuésemos desencantados, que las grandes hazañas
para los grandes hombres están guardadas». «Y cuando así no sea
—respondió el lastimado Durandarte con voz desmayada y baja—, cuando así no sea,
¡oh primo!, digo, paciencia y barajar.» Y volviéndose de lado tornó a su
acostumbrado silencio, sin hablar más palabra.
Es una delicia
leer y releer El Quijote.
* Se puede ver
en: https://bit.ly/2m10g6H
**Cuando la
edad retiró a Gustavo no la pasaba bien. Pero muy pronto la televisión
popularizó el tenis y desapareció la separación de profesionales y amateurs.
Gustavo fue contratado como entrenador (couch) profesional en Arkansas.
Llegó a ser clasificado como el profesor número 1 en los EE.UU. y siguió
su vida de éxitos.
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